sábado, 2 de junio de 2018

2003 en Bolivia.

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Todo pueblo, al igual que cualquier persona, tiene una historia que contar, y esa historia no se narra a través de una línea llana de acontecimientos, sino que más bien se encuentra plagada de hitos, de nudos, de crisis, que definen el carácter, la naturaleza y el futuro de quien lo narra.
Bolivia, como todo pueblo, tiene una y muchas historias que contar, por supuesto que también tiene muchos narradores, este post está pensado para que pueda contarse un pedazo muy doloroso de su historia reciente, un pedazo que se llevó a cabo en ese año doloroso del 2003, para esto, voy a compartir con ustedes, unas grafías que escribí en ese entonces y en el podcast podrás escuchar los componentes del hito que transformo mi vida.
 Palabras frescas de un adolescente alteño en el año 2003.
AK- 47
No es mucho lo que diré y no creo que haya vivido y visto lo suficiente para escribir sobre los muertos del 2003 en Bolivia, estuve cerca y no estoy seguro de que el arma que porte alguna vez, un AK- 47, haya escupido el fuego que libró las almas de mi gente, diseminando la semilla de libertad en el pueblo alteño; pero diré lo que recuero. 

Mi nombre es Tibor Lanza, a principios del 2003 tenía exactamente quince años y 11 meses, me prestaba para hacer mi servicio pre militar, contra mi voluntad ya que quería ser soldado, el 12 de febrero ingresé al GADA 91 (Grupo de Artillería y Defensa Antiaérea) a las 07:00 y nos destinaron al comedor de la tropa, pasaba la jornada y observe a través de la ventana que daba hacia uno de los patios, movimientos extraños y escuche aproximarse a una compañía de soldados vestidos con indumentaria de Policía Militar. Imagine que entrenaban, pero se aprestaban a sofocar la revuelta de los policías amotinados en la hoyada.
Nos retuvieron ahí hasta las cuatro de la tarde, y nos despacharon con una advertencia muy macabra: “Vayan directo a sus casas, cuidado que por curiosos o por querer jugar se hagan matar, la cosa esta muy fea allí afuera”


No entendí lo que dijo mi teniente hasta que llegué al centro de la Ciudad de El Alto, una zona denominada “La Ceja”, las calles estaban desiertas, pero aun así se escuchaba relativamente cerca los ruidos de petardos y gases lacrimógenos. De algún modo tomé un minibús y llegue a casa, mi madre me abrazo en cuanto entre, había estado muy cerca un nudo de conflicto y lo único que atine a hacer fue a dar una mueca y mirar al vacío sorprendido, en ese momento, dieron la noticia de que habían herido a otra persona, cuan cerca estuve y no hice nada, no pude hacer nada, no supe nada.
Por fin me aceptan en el GADA 91, aprendí a manipular un Fusil Automático Ligero de fabricación belga, a “quererla como si fuera mi novia”, una frase muy común en la jerga militar, y también a desfilar con un AK-47, 7.61,39 mm de calibre, culata desplegable y alza regulable, en el arsenal, de vez en cuando mi suboficial, nos contaba detalles sobre los movilizados de Ñancahuazu y Teoponte.

Las cosas se alteraron en septiembre , ese mes íbamos todos los días a entrenar para el acto de promoción y casi a diario veía a mis antiguos  vestidos de policía militar, mientras acariciaba a mi AK- 47, un día antes de mi licenciamiento, jugaba con mis camaradas y claro todos portábamos fusiles, de repente recibí un “cargadorazo” en mi cabeza y mi sargento me dijo: “fuimos de campaña con estas armas y si hubiera estado cargada, habrías matado a tu camarada”, esa mueca volvió a mi rostro; al mes siguientes asesinaban a mi gente en mi ciudad, se escuchaban a lo lejos los disparos y claro no me dejaban salir.

Una vez fui con mi papa a la huelga de Radio San Gabriel, escuche el cantar de una “ametralladora  punto 50”, la reconocí por que la había oído antes en las prácticas de tiro, poco a poco la gente empezó a perder el control y corría desesperadamente, yo solo zigzagueaba, mientras corría con mi padre, luego del silencio regresamos a casa, llovía, en el camino habían fogatas que se apagaban en medio de la avenida Bolivia; los últimos días, en Villa Adela, que es el barrio donde nací, se abrió una especie de mercado nocturno y había poca gente interesada en la rebelión, daba miedo salir a las calles, dormíamos intranquilos, el Aeropuerto estaba en frente de mi casa y no tenía muro de seguridad, solo una malla y por eso había la posibilidad de disparos directos.


La noche del 17 de octubre, cuando Gonzalo Sánchez de Lozada renunció, parecía la celebración de año nuevo, se escuchaban fuegos artificiales por todos lados y con mi hermano salimos a reventar una dinamita en señal de festejo, con mi familia salimos a ver cómo estaba la situación en la avenida, era increíble, la gente que vi hace unos días encender fogatas, empezaba a limpiar las calles, se limpiaban los escombros, no estaba seguro de lo que iba a pasar, lo único que sabía era que esto no había acabado allí.
En honor a lo que no vi y ahora siento.
22 de octubre del 2004.

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